domingo, 30 de noviembre de 2008


Mejor me quedo en casa viendo a Marce (por TV)


Es igual y es distinto.
Demasiado para ver, demasiado para contar.
Demasiado.
Como esas librerías enormes, llenas de estantes, que me gustaría que sean todos míos, o como casi cualquier diario del domingo, que rebalsa de cosas. Que irrita.
No llegás a ver, no llegás a leer.
No llegás.
La sensación de lo inabarcable.
Es desordenado.
Este barrio es desordenado, y es triste, muy triste.
No sé por qué lo pintan de folclore, de colores y de poesía, mezcla de nostalgia y negocio.
Oferta. Demanda. Comerciantes. Interés. Mucho. Otra vez.
Se ofrecen a turistas que en su mayoría no entienden nada de lo que están conociendo, que es solo una superficie, que es grotesca, burda.
Lamentable.
Hace despertar todos los sentidos a la vez, no de forma agradable.
Llego.
¿Pero a dónde?
No se sabe cuándo empieza o cuándo termina.
Cuelga ropa de las sogas, alguien alto con cara de “es evidente que no soy de acá” saca fotos. No fotos.
No tocar.
Fotos por acá, y por allá, y un poco más lejos un travesti, o es una mujer. La verdad es que es complicado adivinarlo por la vestimenta, que para nada hace honor al barrio de tango que tanto se pregona por el arrabal.
No sé qué representa, pero agarra con fuerza a cada uno que pasa al lado para que se saque una foto con ella, haciendo el pasito, saluda con el sombrero y pide plata.
Toda la escena da vergüenza ajena.
Mucho ruido, y poco de algo.
Mucha gente.
Muchos bares.
Parlanchines por doquier.
Estilos modernos y antiguos que conviven en el mismo escenario.
Almacenes, paredones y ochavas.
Escaleras, caracol y riacho.
Maradona, Evita, El Che y Mafalda. Sabina ya hizo una canción de todo esto.
Cuenca Matanza-Riachuelo. Sin Contaminación. Asociación Vecinos de La Boca.
El viejo puente, el nuevo, y unas callecitas, no sé de qué gestión.
Barcos anclados y oxidados, fábricas cerradas a lo lejos. Olor a prosperidad obsoleta. Una postal, que oculta.
Tristeza, abandono, dejadez, decadencia, desidia.
El pez, por La Boca, muere.
¿Maradona?, no. Un señor que lo imita, con una galería de fotos llena de famosos, bien a lo Diegote.
Igualito al diez.
¿Será que la muchedumbre solitaria que visita La Boca desde países recónditos y Brasil, es tonta?
No llevé cámara, me la olvidé, la última vez que estuve por acá, saqué fotos de una muestra que me gustó y me hizo pensar.
Los sueños, pero no los de cualquiera, ni de cualquier forma.
Puedo sonar demagoga, no me importa, pero creo que a nadie le importa ni tiene en cuenta los sueños, o las ganas, o la impotencia, o la pasividad, de los hombres y mujeres que viven en esta “República”.
No puedo sonar demagoga. Sueno, lisa y llanamente, demagoga.
Por eso no me gusta este barrio, porque el sur existe para esto, para mostrar una parte. Siempre un recorte, mentiroso, pero no azaroso. (Las frasecitas con rima no suenan bien en una crónica)
¿Por qué hay que conformarse, por qué las condiciones de precariedad de este barrio son necesarias para que resulte pintoresco para alguien?
El cielo brilla y hay muchos soles que se acaban rapidito en el invierno, y que parece que hay que aprovecharlos al mango. Qué será de La Boca los días nublados, o cuando caen gotas o lágrimas en la cara de alguien que camina por ahí, sin ganas, y sin paraguas.
Demagogia.
Como yo sí tengo ganas, porque no vivo en La Boca, y porque hay sol, camino hasta los barquitos de colores que aparecen en el Riachuelo cuando te alejás un poco de la mochila y la campera de cuero.
Me llamó la atención, se podía subir y ahí voy.
Los botecitos cruzan apaciguados las aguas renegridas del riachuelo, de una orilla a la otra, pero no es de Capital a Colonia, es de La Boca a la Isla Maciel.
Saco boleto. Somos cinco o seis arriba de la lancha colectivo, para mí una excursión, algo distinto, lo exótico, ¡la aventura del hombre!
Una tomada de pelo.
Para ellos, lo cotidiano, su trabajo, su casa, su transporte y su ocio.
Sonríe. Perón te ama.
Pilotea la nave un hombre que “la tiene clara”, que rema y rema.
Rema para él, para nosotros y para los otros.
Estamos arriba de La Sacra Familia, en un minuto cruzamos a la Isla Maciel por ochenta centavos.
No hay nada del otro mundo, ni de maravilloso ni de nada, y es igual a la otra orilla. Claro que sin el tango, ni las casitas de colores. Pero sí la chapa. Y hasta algunas de soñado “material”.
Calles de tierra y empedradas, cumbia, pizza a ocho pesos, la 271 y la peluquería de Hugo me dicen Hola.
Perros, perros y perros.
Mujeres que toman mate, que pasan, que miran, que se dan cuenta que soy extranjera.
Mientras camino pienso, con qué derecho uno visita la isla como algo extraño, algo digno de exploración, para reafirmar que no soy de ahí, para enorgullecerme cínicamente, para revolver, para pisar firme, para no hacer nada.
Es decadente, y da asco, y me dan ganas de putear a todos los que dicen hacer algo por alguien, innombrables, cada quien sabrá quién es.
Soy también por ende innombrable.
Sigo caminando. Total a mí qué me importa, yo soy cronista, viajo y vivo en la ciudad.
Vuelvo.
Un diálogo bizarro llama mi atención, como humilde cronista y orgullosamente ciudadana común. (Cada vez suena más la frasecita).
Dos señoras hablan: “Apareció un fiambre acá, el otro día, y Tito se quiso acercar, pero el milico no lo dejaba”.
El “chofer” no está enterado de nada, últimamente trabaja menos horas, pero “seguro que si aparece radiopasillo, nos da la posta”
Lástima, no anda por ahí.
“El día está hermoso, nos vamos a Parque Lezama a tomar sol”
El sol es fútbol. Es Boca. Es carnaval. Es sentimiento. Es esfuerzo. Es trabajo.
Sigo siendo demagoga e hipócrita.
Y pienso que ser cronista no está bueno. Por lo menos, no de viajes.
Los espacios no son nunca lo que parecen ser a la vista de alguien que pasa un ratito y los critica.
La subjetividad. La objetividad. La neutralidad. La nada.
Crónicas.
Claro, yo no soy Marley.
Pero Marley es una farsa también, hasta en el nombre.
No quiero quedar fuera de lugar.
Isla Maciel. Inmigración. Trabajo. Carnaval. Fútbol. Maradona. Colores. Caminito.
Inercia. Negligencia. Filosofía barata. Hipocresía.
La dignidad de los nadies.
Soy nadie y hace tiempo me di cuenta que ser demagoga es tomar a los demás como idiotas.
Pero suena a verdad, esa que todos buscamos.
La verdad.
Y además es pintoresco, como La Boca.

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