jueves, 29 de mayo de 2008

Río Arriba


Muchas cosas deja el documental, y muchas son las cosas que uno tiene ganas de decir. Ulises de la Orden es su realizador, y además protagonista, quiere conocer “su historia personal”, tal vez para comprender la verdadera historia. Por detrás de las imágenes aparece su voz en off, al estilo Pino Solanas o el “otro” Gastón Pauls, que por momentos es redundante.
Comienza con una presentación del bisabuelo de Ulises que era contratista de un ingenio azucarero en San Isidro, Salta. Describe la biografía de este personaje como un inmigrante, que “llega sin nada”, y que a costa de su esfuerzo, logra llevar adelante el ingenio del azúcar más importante de la zona.
Ulises emprende su viaje, llega a Salta, conversa con familiares, que se refieren al ingenio y a los “indios”. Recorre la quebrada del río Iruya, y a través de los pobladores se entera de los motivos que produjeron la erosión de las antiguas terrazas de cultivo, donde los pobladores eran llevados a trabajar a la zafra, con sistemas de contratación esclavista. Muestra cómo a principios del siglo XX, las extensiones de tierras que se vendían incluían a las comunidades allí asentadas, y eran obligadas a trabajar para patrones que decidían sobre sus vidas.
El documental de Ulises de la Orden recibió numerosos premios en festivales de Toronto, Buenos Aires y Jujuy.
La fotografía es imponente, durante todo el recorrido por los paisajes de Iruya, la filmación de los “volcanes”, el relato pausado de los “iruyanos”, la música de fondo de Ricardo Vilca, descendiente de una de las principales familias del imperio Inca, sin ser este un dato menor para lo que trata de expresar la película.
Este conjunto de imágenes, de personajes y de relatos, da pie al creador para desarrollar su mirada acerca del progreso, el papel del trabajo agro-industrial sobre una comunidad que mantenía sus técnicas de producción primitivas, los efectos del abandono de los cultivos tradicionales sobre la auténtica hecatombe de los “volcanes”, forman parte de las convicciones personales del director que las desarrolla sin querer parecer un experto. Es simplemente un viajero, que intenta comprender su propia “historia personal”, a través de los ojos de los pobladores de Iruya, de su vida, sus creencias, su cultura, su pasado, su vida cotidiana, y así comprender él, un poco más de nuestra historia, que nos involucra a todos, aunque le pese a muchos.
Creo que el documental “habla” mucho de nuestra mirada sobre “el otro”, de la estigmatización hacía lo que no se conoce, o no nos gusta, de la falta de respeto a las costumbres, a la vida diversa, a lo distinto. Del despojo, el desarraigo, la falta de interés, la intolerancia, la indiferencia. El inmigrante “bueno” y “rubio”, que sin tener nada, se esfuerza y lo logra. Y “del otro”, del que no queremos ver, del que no nos importa saber si existe, del que exterminamos en un momento de la historia, pero que en este momento de la misma historia, con otros modos, lo seguimos haciendo. De lo que les cuesta vivir, de lo que les cuesta ser. De llegar al Norte y ser turista, que mira con recelo y toma fotos, y se vuelve a su casa, a mirarlos por televisión, y a “sentir pena” por “ellos”, que no son “nosotros”.
Las culturas originarias viven, piensan, trabajan, festejan, rinden cultos paganos, con una cruz, la colonización.
El documental se enfoca en la resistencia, en la otra cara de la moneda, que es la misma moneda, que es la historia de un país, que tiene muchos matices, y las culturas originarias, así como los inmigrantes son algunos de ellos.
Razón por la cual, en vista de las críticas de los espectadores, el documental suscita por un lado admiración, por el otro, polémica. Lo que no significa diversidad, sino lisa y llanamente dicotomía, lo usual, lo de siempre, más de lo mismo, Argentina.

1 comentario:

Annyblue dijo...

Me gustó esta descripción, esd bastante rica, pero me quedó la duda de si el hecho de que Vilca es descendiente de los Incas es un dato menor, o mayor. Saludos, los sigo leyendo!